Sunday, June 15, 2008

"Tu y yo", cuento


N. Julia Zuckerman

Cuando llegaron a la casa ese día, nos vieron a los dos; estabas donde sigues ahora. Te seguí afuera, yo no quería nada, pero tuve que seguirte de todos modos. La única cosa que quería era protegerte.

Estábamos viviendo juntos por siete meses y medio en esa casa y nadie sabía. Al principio, no quería pensar en ti. Lloré cada noche y nunca me escuchaste, de lo que yo sé. Osvaldo se fue justo después de conocerte, bueno, ahora veo que fue mejor así. Me causaste muchos problemas, ¿sabes?; mi mamá no me dejó vivir debajo de su techo contigo, mis amigas se burlaban de nosotros. Pero con Osvaldo, con él fue lo peor, se puso furioso, echándome la culpa, diciendo que tenía que dejarte, pero no podía, no podía, ni quería dejarte. Nadie te conocía como yo.

Entonces allí estábamos, tú y yo, nadie más. Salíamos sólo durante la noche por detrás, para que los vecinos no se dieran cuenta de que había alguien viviendo en la casa de los Hurtado. Esa familia se desapareció unos veinte años atrás durante la primera época en que la familia Arbusto tenía el poder. Fue un sitio perfecto para escondernos, a todo el barrio le estaba prohibido mirar la casa y recibían multas si pisaban el jardín que ya estaba lleno de hierbajos.

Nadie nos encontró. No pudimos hacer mucho, ni hacer mucho ruido. Para pasar el tiempo yo te leía en voz baja en la gran biblioteca que habían aumentado los Hurtado. Leímos de todo, la poesía de Neruda, los estudios de Freud, los libros revolucionarios del mundo latino, y mucho más. Ni siquiera sé si los entendías, pero cuando yo me ponía muy emocionada en la literatura me mostrabas que estabas prestando atención, ese es uno de mis recuerdos favoritos de esos meses encerrados en la casa.

Después de siete meses y algo sin que nadie se enterara de nuestro mundo escondido, salimos al supermercado para comprar un pan y leche porque estábamos muertos de hambre. Y allí estaba, parado en la cola, Osvaldo. Traté de escondernos, pero ya nos había visto. Dije hola, y Osvaldo empezó a llorar. Yo lo abracé, y le dije que todo estaba bien, pero tú estabas enmedio de nosotros, como siempre. Él nos dio unos dólares, y me preguntó donde andábamos. Te sentí, estabas tratando de advertirme, pero yo con tanto tiempo de no ver a Osvaldo, le conté de todo.

Salimos a la calle los tres. Él te tocó por primera vez e insistió en venir a nuestra casa. Yo le dijo que no, que estamos bien, que no necesitamos su ayuda, pero él siempre fue dominante en nuestra relación, y por fin vino con nosotros a la casa.
Cuando llegamos me regañó diciendo que no podía vivir así. Trató de limpiar un rato pero ya todos estábamos cansados de tanta conmoción.

Osvaldo y yo no dormimos, y estoy segura que te despertamos muchas veces esa noche. Entre las sábanas, a él yo le confesé todo. Que sí, que tuve miedo, pero que no me sentía sola contigo. Él preguntaba acerca de mi salud, aunque ya veía la belleza de mi cuerpo que tú mantenías lleno de vida. Por fin, nos dormimos cuando estaba llegando la madrugada.

Nosotros nos despertamos por la tarde y Osvaldo ya se había ido. Lo sabía antes de despertarme. Él fue el dominante pero yo era la fuerte. Bueno, por lo menos dejó su abrigo y eso nos ayudará pronto, cuando llegue la nieve. Tenía su olor y me la puse sobre nosotros dos. Cuando metí mis manos en los bolsillos encontré unos chicles, cinco dólares y una tarjeta de negocios, pero no era la suya. La miré con curiosidad, ¿de donde reconocía ese diseño?

En ese momento, me acordé, al frente de la casa de los Hurtado donde estábamos viviendo había el mismo diseño pintado. No lo había visto en meses pero sabía que era la misma figura de la familia Arbusto.

¡Ese sinvergüenza! ¿Cómo pudo hacernos eso? Jamás voy a decir que es tu padre. Tú eres mío, todo mío. Ahora tenemos que escondernos, pero ya saben que estamos aquí.
Sólo quería protegerte pero no pude correr rápido con tu peso. Nos agarraron y nos metieron al camión. No sabía por qué necesitaban tantas armas, imbéciles, ¿en realidad es tan difícil atrapar a una niña embarazada? Te lo juro, ese día había por lo menos veinte soldados y todo por tí y por mí. Ahora descansamos juntos aquí, yo boca arriba, y tú ¿donde estará tu boca?

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